RIMERO DE SILENCIOS
PRÓLOGO
La memoria es signo de
vida, y, por lo mismo, el poeta lucha contra el olvido con el instrumento de la
palabra (Tras la lectura del poema XXV).
Es, por lo tanto, en
parte, “Rimero de silencios” - porque además la poesía de Emilio Rodríguez,
aparentemente sencilla en su oscuridad, va directa al corazón, a la mente y a
la conciencia de sabernos vivos-, un compendio metapoético, en el que cada una
de las palabras seleccionadas por el poeta, sea en forma de imagen, metáfora,
símbolo o pilares de una crónica pasada, les va conformando a cada uno de los
lectores su propia vida interior, compuesta por los recuerdos que sin querer se
les hicieron imborrables, y aún perviven sin haber gastado el paso del tiempo
sus pisadas, por lo general, en las primeras horas de las noches infantiles,
cuando el crujir del viento en las laderas boscosas, competían con los personajes
de los cuentos narrados ante la lumbre, hasta llegar el profundo sueño, donde
fraguan los recuerdos que al amanecer de los días, de los años, resucitan en
forma de versos, cual salmos que cantaremos al cruzar la otra orilla, la otra
esquina, la que siempre espera, en forma de sorpresa, recuperar el gozo de lo
vivido y vencer a la muerte.
Mas, también, Emilio
Rodríguez, como en toda su vasta y alada poesía, en “Rimeros de Silencio”,
invita al lector a vivir su presente, a mirar, a deleitarse en la contemplación
de la naturaleza, su prodigio de belleza, aceptando humildemente que “venimos
de un silencio sin orilla (III)”, y, pese “tendremos siempre una duda que nos
cerca y nos limita (III)” nos crecerá la esperanza y “Nos crecerán los días
hasta llegar a su estado esplendoroso” (IV).
Al estar escrito el
libro en prosa poética, tal como hiciera Emilio Rodríguez en su mítico poemario
CANTATA DE GALMAZ, me tienta tratar el aspecto formal de RIMERO DE SILENCIOS.
Pero sólo diré que, bien teniendo en cuenta los consejos del maestro Gamoneda,
o bien, por su personalidad poética, desviándose en parte de dichos consejos,
la prosa de nuestro libro no se encalla en el endecasílabo, fluye libre como
las chispas de sus recuerdos, y sólo las palabras que conforman la resurrección
del pasado, se cargan de consonantes vibrantes laterales sonoras y de nasales
alveolares y palatales, confiriendo al libro el brillo, el trémulo temblor del
rezo al Creador.
En definitiva, los
silencios apilados, tras el paso del tiempo, en el alma del poeta, se han
convertido en proceso místico, en “Un trayecto sin escalas (que) nos conduce
hasta las puertas del misterio. (IX).
En este siglo de
materialismo tecnológico desmedido, en el que ser humano ha perdido la brújula
de su origen, Emilio Rodríguez, con tenacidad, valor y comprensiva dulzura, nos
ha cogido de la mano y nos ha transportado a la poesía mística del Siglo de
Oro, convirtiéndose, sin proponérselo, en el San Juan de la Cruz de nuestro
desorientado siglo.
Mariano Rivera Cross
RIMERO DE SILENCIOS
I
Mis ojos también crecen
y se nutren de costumbres. De aquel temblor azul, apenas dibujado de abedules.
Cultivo la esperanza, pero el llanto me sube por la piel con toda la
insistencia de la fiebre. Los árboles me gritan desde el sueño, para llamar la
luz de un nuevo tramo. Caminar es vivir, y cada día, se ensaya sobre mí, de
alguna forma, un nuevo despertar, un nuevo gesto.
II
Resbalan las montañas.
Se deslizan, buscando alguna forma de descanso. Un árbol crece 3en nuestros
ojos lentamente. Y las pisadas blandas de los álamos decretan que los sueños no
son tierras agraces. Debajo de los días crece el pasto que alimenta los sueño y
los días. Mirar este prodigio es otra forma de construir un dique a los
cansancios. Los años crecen todos apilados.
III
Lo que queda del
llanto, lo que crece al ritmo de las uñas. En el vasar se mueren los suspiros.
Venimos de un silencio sin orillas, y las uñas nos crecen sin descanso. Si
cuidamos los miedos y los días sin sol, tendremos siempre una duda que nos cerca
y nos limita. Como las manos crecen y se adornan de gusto y de destreza, así será
también nuestro futuro. Siempre estaremos seguros de la dirección que adoptan nuestras
sendas.
IV
Experiencia del aire.
Así moldea el rostro y lo perfila. Todos los caminantes alcanzan este gesto,
esta puntual figura de roca laminada. Repite la piel esa tersura, que puede
llegar a hacerse transparencia. Y los días nos crecen y se asientan en lugar
donde nos crece la esperanza. Los años serán siempre de cosecha. De lograda
sazón de la semilla. Nos crecerán los días hasta llegar a su estado esplendoroso.
V
Tragedia y alarido. Un
hacha vertical cruza los páramos. El llanto se detiene ante las tapias.
Incendio de la cal en los balcones. Lo dicen las campanas. Algunos años mueren
de repente. Y todos los comienzos serán vivos y brillantes. La paz nos crecerá
y se hará fuerte como días que se desbordan de su cauce. La lluvia será
saludable en nuestros ojos. Y las esquinas nos llevarán siempre a la sorpresa.
VI
Y el silbo de la nieve.
Irrevocable el gesto de la piel. Sandalias de abedul para estar quieto. Las
sombras también crecen con nosotros. Un manto sobre el grito de los lirios. La
luz será pradera florecida, y el sol estará siempre en nuestra ruta. Veremos su
fulgor, y su promesa llenará los contornos de los años. Comeremos el pan que nutre
y consolida la extensión de nuestras horas sin descanso.
VII
Historia de los ojos.
Historia de un silencio construido sobre almiares de ceniza. Muralla de verdor
que va trepando sobre la espalda de los montes. Un rostro carcomido por la
lluvia. Historia de un mendigo que lleva en su zurrón nuestros
insomnios. Palabras
recortadas. El río de la memoria nos deja sus
guijarros en el alma.
VIII
Lenguaje a contraluz
del tronco secular de los castaños. Por aquí pasó la vida
y su grito de espada
encanecida. Las puertas del abismo nos invitan. Hay un camino azul oculto por
las árgomas. Como el susurro tenue de losas golpeadas por la lluvia. El óxido
desciende en espirales y nos llena los vasos. Días de ira. El tiempo que
medimos y contamos, se nos queda más fijado a la memoria.
IX
Los dientes que nos
nacen en la espalda. Pisadas que
conducen a tan lejos. Subíamos en silencio. Asistíamos al lento decrecer de la montaña.
Laderas de verdor pisoteado. Un verano salpicado por las hoces. Por carretas
dolientes, esquilas y balidos. Sudor sobre los cirios. La noche está sembrada.
Un trayecto sin escalas nos conduce hasta las puertas del misterio.
X
Suenan como pisadas de
papel. Horizonte de todas las miradas. Las palabras de aquellos que han pasado
a la otra orilla son como el susurro de las hojas de maíz. Un volcán con alma
de reloj se ha puesto entre nosotros. Como
el agua volcada. Solamente el sueño
es territorio para encuentros. Los vasos se vacían sin tocarlos. Temblor que
nos habita por dentro de la piel.
XI
La noche ensaya truenos
y diluye la fiebre que ahora nos araña las ventanas. Espada que nos crece por
dentro de la voz. El viento llega siempre muy cansado. Se queda en el portal y
enmarca los rumores de las voces todavía no gastadas. Como un caballo grita y
nos transmite su locura. Encanece el dolor y se revuelve por dentro de las arcas.
Temblores de alarido descosen las cortinas. Hay un reloj sin horas hacia donde
convergen las miradas.
XII
Para ensayar la lluvia.
Para reconstruir las escaleras de la
noche. Los árboles
difunden el sonido de
obscuro. Con quiebros de cintura nos llaman a esa
danza que conjura las
distancias. Las ramas hacen gestos detrás de los cristales. Todos los cuentos
tristes tenían personajes parecidos a los árboles. Para esconder el miedo a los
puñales del invierno. La lluvia mordisquea el horizonte. Los ojos y las manos y
la piel se nos diluyen.
XIII
La frente de los montes
extiende las banderas del invierno. Las llamas del
hogar nos hablan el
lenguaje de los sueños. Con trancas de madera cerramos el acceso a todos los
temores. Afuera crecen y se propagan los sonidos. Las altas chimeneas susurran
el lamento que nunca conseguimos traducir a nuestro idioma. Ascienden los olores.
El humo hace escaleras y recorre, despacio, los rincones. El aroma del pan
envuelve nuestra piel. Escrito en la ceniza está nuestro futuro.
XIV
Entonces, todavía la
noche hacía bancales. Y se empozaba
lenta debajo de los ojos. El musgo nos crecía por dentro de la boca. Estábamos
marcados por el sonido claro de jinetes en huida. La voz de los ancianos, sus
manos azuladas. Detrás de la ventana está creciendo el miedo. Por la ladera
cárdena
ya no ascienden
rebaños. Ya no suenan esquilas, ya no corren arroyos. El polvo hace montículos
y tiembla en la solana.
XV
Como juglar airado, el
viento cuenta historias. Encantamientos múltiples y varias desventuras. Y son
los personajes los que vienen a vernos. Espían desde la sombra, y en las rendijas
hablan. Conocemos sus gritos, su escala de lamentos. Esos son los niños ciegos que
se tragó la lluvia. La voz de una princesa que arrebató el rey moro. Aquella
dama triste que vivió entre paredes. A veces nos sorprende un lamento sin
dueño. Un dolor que nos busca y perfora el oído. El viento, pregonero de
tragedias sin nombre. Personajes sin cuerpo que nos manda la lluvia.
XVI
De las cosechas nacen
las fuerzas que nos mueven. Las luces que vigilan las fuerzas del invierno. El llanto
de rastrojos y un crepitar de cañas. Canto que se desliza por dentro del
granero. La paz crece en los hórreos y nos levanta el párpado. Cadena de ascensiones
en el fragor del salmo. La puerta del pasado, apenas entreabierta. La danza de las
sombras escalando montañas.El gran roble susurra
la memoria del padre.
XVII
Los gallos electrizan
la mañana. Aurora tamizada de toallas y el humo dibujando banderolas. La
memoria del heno se ha mezclado con la huida del raposo, monte arriba. Sonido
de azadones. El agua de la fuente hipnotizandolas noches. Se apagan los candiles, cuando se asoma el
sol con sus guirnaldas en la
esquina. El tacto del ordeño es otro aroma que se enrosca en los barrotes. Un
alambre invisible nos reúne con los gestos más usados de nuestra soledad.
XVIII
La noche brota entera
de los pozos. Allí teje su velo cardeñoso, que envuelve, poco a poco, las
montañas. Un viento satinado nos traslada a todos los lugares donde fuimos perseguidos
por la luz. Tan voraces de inocencia. Historia y escenario de todo lo
escondido. Rituales ignorados que pueblan los rincones. La noche también es
espacio que las fuentes anuncian. El color se acongoja y se esparce despacio.
La noche es toda azul y poblada de labios. Un murciélago enorme en deriva del
tiempo.
XIX
Abril produce pájaros y
formas de silencio. El manto de la aurora se descose para dejarnos ver el pecho
de los días. Cascada de sonidos. El pelo de las niñas busca el aire. La brisa
descuelga pentagramas y recrudece los sueños de la huida. Apenas otra cosa que
palabras y gestos de cansancio en las alcobas. Los cántaros liberan sus aromas.
Un siglo de pisadas parece revivir en las tarimas. Abril es un idioma que nuestra
piel también ensaya.
XX
Y los juegos de niños
que cincelan el tiempo. O las voces que llegan con historias arcanas. La palabra
se viste con ropajes de espera. Para dar
paso al ritmo de los ciclos del agua. Los caballos se asoman a los cuartos
oscuros. Allí están archivados nuestros saltos mejores. Nuestras alas veloces y
los sables de espuma. De almidón y de nácar son los barcos que vuelven.
Alfileres y cintas para un festín de pájaros. En un coro de flautas nos regresa
la infancia.
XXI
Los mendigos son surcos que parcelan la vida.
Son fragmentos de historia volviendo hacia nosotros. De repente nos llega ese
grito melódico. Esa urgencia del hambre aflautando los labios. Con los nombres
extraños de señores del viento, acarrean fragmentos de otras vidas lejanas. No
olvidamos sus rostros tan mordidos de cierzo. Sus ropajes de niebla acumulan distancias.
Como noches cosidas por un hilo de arcilla. Sus caminos son lentos y en sus
ojos hay lluvia. Su regreso conmueve nuestra siesta de siglos.
XXII
En los baúles duermen
los últimos residuos de la historia. Apretados y pálidos, se van acumulando los
pequeños tesoros que habían configurado nuestras vidas. Suspiros y caricias.
Vegetación ubérrima de un tiempo que ahora se nos está volviendo arenas y
barbecho. Allí están los dorados recuerdos de una
abuela que cruzaba los
mares. Adornos que perviven sobre el tamiz de los olvidos. Ella quedó perdida
en las orillas del Río de la Plata. Su fi- gura es ceniza sobre papeles grises.
Otros baúles siguen guardando sus ropajes en el país borrado del mapa de la
infancia.
XXIII
De espaldas a la luna.
A lomos de la noche y cuesta arriba. Ya sudan las alcuzas sus anuncios
para un recuerdo triste y desangrado. Han pasado las hoces. Oropéndolas malva y
dedos de pizarra. De todos los diasantos quedan huellas en le mejilla curva del
arado. Mojones de fulgor que señalizan el paso de los años. Él es de varales y
de cáscaras. En vano imaginamos la llanura. Todos nuestros otoños, como
banderas mustias en las rocas.
XXIV
Los perros articulan la
noche con sus ojos de azogue. Pastorean las sombras y conducen nuestros
miedos. Pero, a veces, se nos vuelen aliados de los llantos. Cuando imitan al
lobo en su cantiga lúgubre. Sus sueños también tienen rincones
tortuosos. Y su terror traspasa paredes y tarimas. Un edificio crece por dentro
del silencio. El viento crea imágenes para una danza fúnebre. Los perros nos
avisan de todo lo que fluye. De todo lo incorpóreo que late y fructifica
por dentro de las sombras. La noche extiende mantos sobre nuestra vigilia.
Otra vida callada se mueve por los túneles.
XXV
Un sonido de voz nos
hace libres, y el mismo sonido nos somete. Tenemos un conjuro contra el miedo,
y también su pesada contundencia. Poderes invisibles que nos cercan. Se muestran
vulnerables a su impacto. Del poder y el valor de los vocablos, hacemos una herencia
contra el tiempo. Memoria que, feroz se comunica a lo largo del río de la
sangre. Historia de un sonido que se
arranca de
un tronco cuyo origen no abarcamos. Y ca-da historia nuestra, copia y signa
retazos de otra historia. Palabra es la señal de tanta vida. Y el olvido que
siempre nos acecha.
PinoRoble
ResponderEliminarOloroso²,
Emilianense y Extenso,
Telúrico y manso √
¡Al palomar de la eterniDad...!
🌲🎶🌲
¡¡Descansa
en PAZ y ALEGRIA,
MÆSTRO y AMIGO!!